jueves, 7 de octubre de 2010

EL DESMORONAMIENTO
DEL RÉGIMEN COLONIAL


·         La vida en la Villa en 1809.
·         Rebelión de naturales en Toledo.
·         La Revolución del 6 de octubre de 1810.
·         Vórtice de patriotas y realistas.
·         La Patria boliviana debió haber sido fundada en Oruro.


El ingreso al crucial año de 1809 en la Villa de San Felipe fue bastante promisorio, en ambiente de recuperación emprendida a fi­nales del siglo XVIII, tras años de ruina, de ahí que las autoridades, a principios del siglo XIX, se dieran a la tarea de requerir confirma­ción regia de la fundación y dotación de un escudo de armas.

Rehabilitadas minas estaban en febril actividad, dando movi­miento a los ingenios y a las Cajas Reales. Venía gente de todas partes en pos de fortuna. Se movía un activo comercio y por los caminos recorrían recuas de camélidos con minerales hacia la cos­ta y de ésta con mercancías diversas. Algunas abandonadas y de­rruidas casas de antaño eran reconstruidas por nuevos dueños. Las denominaciones religiosas extendían su misión evangelizadora.

Dentro de tal realidad, sea por los recién llegados o porque algunos vecinos mantenían relación con personas de otras villas, circulaba infinidad de rumores no siempre con respecto a lo que ocurría en España, sino en torno a desinteligencias en el gobierno de La Plata. Se comentaba aún la deposición en Buenos Aires del Virrey Sobremonte y reemplazo por Liniers, a propósito de las jor­nadas de expulsión de los ingleses; igualmente sobre la designación de José Fernando de Abascal como Virrey del Perú. Oruro como toda la jurisdicción de Charcas, dependía desde 1776 del Vi­rreinato de Buenos Aires.

Las autoridades, si conformes con el desenvolvimiento de la Villa, tenían fundados motivos de preocupación a raíz de entredi­chos de poder en La Plata, entre el Presidente Gobernador – intendente, General Ramón García de León Pizarro, y el Fiscal y Magistra­dos de la Audiencia que alentaban solapadamente el afán de remo­verlo del cargo, intrigas políticas de alto vuelo de en medio.

El ambiente de restauración económica y social que se regis­traba en la Villa, a mediados de ese año fue alterado por el conoci­miento sucesivamente de extraordinarios sucesos políticos en Chuquisaca y La Paz; luego, por eventos subsecuentes como el arribo de fugitivos de las villas insurreccionadas, en tanto que las auto­ridades locales tomaban medidas precautorias para la preservación del orden. Los moradores gozaban de la fama de levantiscos, desde el siglo anterior, en alusión a los hechos de 1739, 1752 y 1781 de ya difusa memoria.

Así, los esfuerzos de reconstrucción, en 1809, fueron sacudi­dos por las noticias de graves acaecimientos en otras villas, que iban a influir negativamente en su futuro quehacer. Fue, en reali­dad, el último año de mejoramiento económico dentro del régimen colonial, porque lo de Charcas y La Paz señalaron el principio de su desmoronamiento en América y se iba a ingresar a prolongado pe­ríodo de luchas antes de llegar a su fin, teniendo a Oruro en el vór­tice de la conflagración, debido a su excepcional ubicación geográfica.


LO OCURRIDO EN CHUQUISACA

En la Villa de La Plata, dentro de un contexto político e ideo­lógico al parecer confuso, al anochecer del 25 de mayo de 1809 el pueblo se insurreccionó, sitió la casa del Presidente García Piza­rro y liberó a los presos comunes. Se decía evitar que las co­lonias americanas pasasen al dominio de Francia o Portugal y Bra­sil. Parecía Un movimiento sólo en favor de la soberanía de Fer­nando Vil, prisionero de Napoleón en Bayona, pero que derrocó al Presidente e impuso un nuevo gobierno, en nombre del monarca cautivo.

La Plata, sede de la Audiencia de Charcas, de universidad fun­dada en 1624, de una academia de practicantes de abogados, de colegios cuyo alumnado mantenía constantes conflictos, desde prin­cipios de siglo era un centro de inquietud intelectual donde se ex­ponía y discutía ideas de libertad, factibilidad de gobierno propio y otras aspiraciones francamente sediciosas; mejor, revoluciona­rias. Por las aulas de la universidad javeriana, participando de ese ambiente proclive al cambio, pasaron alumnos de villas distantes y desde la mismísima capital del virreinato. Era un foco de irradia­ción de ideas liberales.

La acción insurreccional, pues, tuvo larga germinación. Su estallido fue favorecido por la sorda lucha de poderes entre los mi­nistros de la Audiencia y el Presidente Pizarro, en una forma de banderíos con sus respectivos prosélitos.

El miércoles 24 de mayo, el nerviosismo en unos y otros, co­rros murmuradores y ambiente tenso, preanunciaban algo, Esa no­che, en reunión reservada de algunos magistrados y el fiscal se convino en que había llegado el tiempo de deponer al Presidente Pizarro, como medio de evitar un alzamiento popular de graves consecuencias.

La mañana del jueves 25 de mayo, el Presidente sabía lo que se tramaba. Decidió adelantarse a sus enemigos. Requirió tropas a Potosí, reforzó la guardia de su residencia y ordenó la aprehen­sión de los ministros conspiradores.

No obstante la discreción ordenada a los grupos de captura, solo Jaime Zudáñez pudo ser detenido en su casa. Al ser conduci­do hacia el cuartel, la gente se apercibió y él mismo, a gritos, da­ba cuenta que era llevado preso. Recluido en el recinto militar, no demoró en reunirse grupo numeroso de personas que clamaba su libertad. Se lo trasladó a la prisión de la Audiencia, mientras la gente gritaba que se prendía a todos los oidores, se traicionaba al Rey. Era la hora del toque del Ángelus. Cada vez se reunía canti­dad mayor de gente.

Grupo de alborotados se dirigió a la casa del arzobispo Moxó y Francoli para que intercediera por Zudáñez, cuya muerte se te­mía. El arzobispo era partidario decidido del Presidente. La resi­dencia sitiada de Pizarro era apedreada. En cierto instante salie­ron por la puerta de servicio de la casa el arzobispo y un funciona­rio, acompañando a Zudáñez puesto en libertad a fin de aplacar los tumultos. La gente lo levantó en hombros y llevó en triunfo, pero no se aquietó. Amigos de Zudáñez o conjurados, subieron a los campanarios para tocar a rebato, convocando al pueblo que gene­rosamente acudió. La revolución estaba en marcha.

La población tumultuada, supuestamente en favor de Fernan­do VIl y en contra de las pretensiones de la princesa lusitana Carlota Joaquina de Borbón, se movía a impulsos de Joaquín y Juan Manuel Lemoine, Jaime y Manuel Zudáñez, José Bernardo Monteagudo, Juan Antonio Paredes, Tomás Alcérreca, Manuel Arce, José Sivilat, Manuel Toro y otros criollos intelectuales, abogados y co­merciantes, sin faltar estudiantes de la Academia Carolina. Sólo ellos sabían que la insurrección propendía a algo más que la de­fensa del trono de un rey en cautiverio.

Mientras la casa de García Pizarro continuaba sitiada y era blanco de pertinaz pedrea, algunos conjurados impusieron al man­datario la entrega del parque de la guarnición: cañones y fusiles. Al ser retirados los artefactos dentro de cierta confusión, lo que restaba de la guardia efectuó disparos de fusil causando la muer­te a dos sublevados del pueblo, enardeciendo aún más los ánimos de la gente. Emplazaron cañones en las bocacalles de la plaza.

En posesión de armas, los insurgentes dieron otro paso: la dimisión del Presidente Pizarro, lo que se logró para la madrugada del viernes 26 de mayo, quedando desde entonces preso. Se le atribuye la expresión de "Con un Pizarro comenzó la dominación española en América del Sur, con otro Pizarro comienza su fin".

El gobierno fue asumido por la Audiencia y se nombró jefe militar a Juan Antonio Álvarez de Arenales, nacido en España, en América desde sus 15 años. Se dio a la tarea de organi­zar una milicia. El arzobispo Benito María de Moxó y Francoli logró fugar de la convulsionada Villa.

En las escaramuzas del pueblo contra la casa de García Piza­rro habían perdido la vida alrededor de veinte personas y muchas más resultaron heridas.

Acallados los alborotos, a magistrados y jefe de armas lle­gó la noticia de que el Gobernador Intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, marchaba hacia La Plata a la cabeza de nutrido ejér­cito con la misión de reponer en el gobierno a García Pizarro y cas­tigar a los insurrectos. Antes que cundiera el temor se ordenó aprestos defensivos, estableciéndose la carencia de pólvora, mu­nición y granadas. Se resolvió obtenerlo de Villas próximas me­diante comisionados. Muchos alzados empezaron a ponerse a buen recaudo.

La Audiencia, más expeditiva, envió a un comisionado al en­cuentro de Paula Sanz con la conminatoria de suspender la marcha, de regresar a Potosí. Tal era la autoridad, respeto y acatamiento que siempre tuvo la Audiencia que Paula Sanz desistió de su come­tido, pero solicitó permiso para entrevistarse con los magistrados en la Villa, a lo que se accedió. Los oidores le convencieron que todo lo ocurrido la noche del 25 de mayo se originó en el desgo­bierno de Pizarro. El Intendente de Potosí explicó los motivos de la movilización de las tropas, terminando por requerir la libertad del Presidente Pizarro, que le fue negada.

Conjurada esa crítica situación, el siguiente paso de la Au­diencia charquina fue la de enviar emisarios a Oruro, Cochabamba, La Paz y villas menores con la finalidad de explicar y obtener apo­yo a la acción de insurgencia. Mariano Michel, quien se distinguía de los demás alzados por su radicalismo, hablaba ya de luchar por la independencia americana. Primero viajó a Cochabamba y después a La Paz. Otros comisionados fueron Manuel Toro, Gregorio Jimé­nez, Tomás Alcérreca, Manuel Arce.

Los emisarios, en realidad, llevaban la doble comisión:

1.      Persuadir a las autoridades decididamente realistas de que lo ocurrido en La Plata era para preservar la soberanía de Fernando Vil en contra de las aspiraciones de regencia en América de Car­lota Joaquina y,

2.      Contactarse con gente de ideas independentistas y organizar otros pronunciamientos.


JUNTA TUITIVA EN LA PAZ

El pronunciamiento de Charcas no era sólo local. Era parte de vasto plan que comprendía a todas las villas de la provincia, in­cluso al Cuzco. Dentro de la séptima semana subsiguiente se pro­dujo el estallido en La Paz, casi de forma similar, con la novedad de tratarse de un movimiento más radical, en el que la motivación no era integralmente la preservación de la soberanía americana de Fernando Vil.

Ocurrió al atardecer del 16 de julio, después de la procesión de la Virgen del Carmen. Los conjurados más decididos se hicie­ron fácilmente del control del cuartel local y su parque, tras lo cual, con tañido de campanas convocaron a Cabido Abierto. Se depuso al Gobernador interino Tadeo Dávila y obligó al obispo Remigio La Santa resignar responsabilidades en el Cabildo Eclesiástico.
Paralelo al Cabildo Secular a cargo del gobierno de la Villa se constituyó una Junta Tuitiva a la cabeza de Pedro Domingo Murillo.

En nombre de esta Junta se dio a conocer un Plan de gobierno de diez puntos y una extraordinaria Proclama:

"valerosos habitantes de La Paz y de todo el Imperio del Perú:
Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria.   Hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y la tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos; hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido un presagio cierto de humillación y ruina.  Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de go­bierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el Imperio del Perú: revelad vuestros proyectos para la ejecución, aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis  jamás de vista la unión que debe reinar entre todos para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente".

En la excepcional proclama, atribuida al cura José Antonio Me­dina, no se habla de Fernando Vil, sino de "organizar un sistema nuevo de gobierno..." Se abolió las alcabalas y prendió fuego en la plaza a los papeles de la hacienda real, dando por canceladas to­das las deudas a la Corona.

Murillo, presidente de la Junta Tuitiva, era también coman­dante de las tropas con el grado de coronel. Otros notables con­jurados fueron Gregorio García Lanza, Basilio Catacora, Buenaven­tura Bueno, Melchor Jiménez, Mariano Graneros, Juan Bautista Sagárnaga, Apolinar Jaén, Juan Antonio Figueroa, Antonio Castro, el Cura Manuel Mercado, Pedro Indaburo. El Cura Medina era te­nido como el ideólogo de la revolución, llamada a sufrir las viara­zas de la falta de oportuno apoyo o similares pronunciamientos en las villas concertadas.

Lo concreto es que para mediados de 1809, en el territorio de la Audiencia de Charcas, las villas de La Plata y de La Paz estaban insurreccionadas, conmocionando a las autoridades y vecinos his­panos de las demás villas de la enorme jurisdicción.

Mientras los revolucionarios aguardaban con ansiedad otros levantamientos concertados, las autoridades coloniales no demora­ron en reaccionar, tanto en Lima como en Buenos Aires.


REBELIÓN DE NATURALES EN TOLEDO

En las villas no insurreccionadas de Charcas, casos de Potosí, Oruro, Cochabamba y Santa Cruz, las autoridades coloniales adop­taron medidas de resguardo ante posibles alteraciones del orden, anulando los secretos empeños de algunos criollos.

A fines de 1809, en San Miguel de Toledo, jurisdicción de la provincia de Paria, a la que pertenecía la Villa de Oruro, pareció ha­berse dado con el hilo de alguna conspiración india.

El cacique gobernador y recaudador de tributos Manuel Victo­riano Titichoca fue sorpresivamente reemplazado por Domingo Ca­yoja, precipitando dos días de conmoción en el pueblo. Se pedía la reposición de Titichoca en el cargo. El asunto fue elevado a la Audiencia de Charcas para su resolución que nunca se dio.

En diferentes pueblos indios circulaban profusamente rumo­res y papeles, incitando a una sublevación general. En Oruro se temía una invasión.

Con el correr de los días, las autoridades establecieron que lo de Toledo no era asunto sólo local. De hecho, abortó una insurgencia india de vastos alcances. Las indagaciones oficiales lleva­ron a la conclusión de que eran promotores el cacique Titichoca, el canónigo prebendado del Coro Metropolitano de La Plata, An­drés Jiménez de León "Mancocapac", el abogado Pedro Rivera y los nativos Carlos Choque y Santos Colque, cuya captura fue ordena­da, sin ser habidos. Meses después, se puso precio a la cabeza de cada uno, por la del prebendado 500 pesos, por la de Titichoca 200 y a 100 por los otros. Fueron juzgados en rebeldía.


CAMBIO DE SITUACIÓN EN LA PLATA Y LA PAZ

En diciembre de ese año, a siete meses de la revolución del 25 de mayo en La Plata y a seis de la de La Paz, la situación cambió radicalmente para los insurgentes. Se volvió a fojas cero con el Establecimiento del régimen colonial.

En Buenos Aires, el Virrey Liníers fue relevado a petición suya Por Baltazar Hidalgo de Cisneros, quien nombró presidente de la Audiencia de Charcas al mariscal Vicente Nieto. A la sola marcha de éste y sus tropas, los revolucionarios charquinos vieron hundirse sus empeños. Nieto ingresó triunfalmente a La Plata el 22 de di­ciembre. Sin darse tiempo para el descanso, ordenó la prisión de los oidores, de los principales insurrectos y del jefe militar Álvarez de Arenales. Se les confiscó sus bienes y sometió a proceso. Manuel Zudáñez murió en prisión. Arenales fue deportado.

El movimiento de La Paz entró en dubitaciones ante el avan­ce del ejército comandado por José Manuel Goyeneche, ordenado por el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia. La Junta Tuitiva se disolvió en septiembre. Algunos de sus miembros abogaban por enfrentar al ejército de Goyeneche, otros de pactar. Antes del ingreso de Goyeneche y su formidable ejército de 5.000 plazas a La Paz, Pedro Indaburo, segundo de Pe­dro Domingo Murillo en el mando de las tropas, defeccionó y lo pu­so en prisión, como a otros rebeldes. Mandó a ahorcar a Pedro Rodríguez. En la calles se libraron refriegas. Milicias al mando de Gabriel Castro que habían subido a Chacaltaya a dar batalla a las tropas de Goyeneche, regresaron a la ciudad, vengaron la muerte de Rodríguez, liberaron a Murillo y demás prisioneros de Indabu­ro quien murió en las escaramuzas.

Se restableció el orden revolucionario nada más que hasta el ingreso de Goyeneche. Ante su proximidad, Castro ordenó el re­pliegue hacia Yungas, con Murillo. Semanas después fue aprehen­dido en Zongo y traído a La Paz.

Goyeneche ingresó en triunfo a la heroica villa paceña, acla­mado por los hispanos. Ordenó la detención de los alzados, dispo­niendo para ellos, según su culpabilidad, la pena capital, el destie­rro de por vida y el extrañamiento.

El 28 de enero de 1810, fueron muertos en la horca Pedro Do­mingo Murillo, Gregorio García Lanza, Basilio Catacora, Buenaven­tura Bueno, Juan Antonio Figueroa, Melchor Jiménez, Apolinar Jaén, Juan Bautista Sagárnaga. Es memoria que Murillo, al subir al cadalso, expresó: "La tea que dejo encendida nadie la podrá apa­gar". También el cura Medina fue condenado a la pena de muerte, pero no se la ejecutó en espera de confirmación de España, dada su condición de eclesiástico.

La sentencia contra Murillo y sus compañeros fue fundada en que "erigieron gobierno y adoptaron el escandaloso plan de diez capítulos que atacaba las regalías de la soberanía, conspiraban destruir el legítimo gobierno e inducían a la independencia".

REVOLUCIÓN EN BUENOS AIRES

Restablecido el orden colonial en las insurreccionadas Villas de La Plata y La Paz, la desesperanza de los rebeldes que habían salvado de las represalias y sacrificios tornóse en entusiasmo con el triunfo en la capital del Virreinato de una revolución más radical que las anteriores.

El 25 de mayo de 1810, aprovechando muy bien el vacío de po­der en España e invocando audazmente que la monarquía española había caducado, en Buenos Aires convocóse a Cabildo Abierto que impuso la renuncia del Virrey Hidalgo de Cisneros y constituyóse una Junta Provisional Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de La Plata, incruentamente. El flamante gobierno, el primero verazmente americano, resolvió convocar a un congreso de diputa­dos para decidir el futuro y organizar tropas para garantizar la su­misión de las provincias al orden revolucionario.

El potosino Cornelio Saavedra, comandante del regimiento de Patricios, devino en cabeza de la Junta Gubernativa. El abogado Mariano Moreno y otros egresados de la universidad chuquisaqueña resultaron los ideólogos de las acciones de ese 25 de mayo en Buenos Aires.

Las noticias de esos hechos fueron conocidas en las villas charquinas unos veinte días después. Férreamente regidas por au­toridades españolas, como estaban, no fue difícil para el Presiden­te Vicente Nieto que una a una reprobaran y desconocieran a la Jun­ta Gubernativa instalada en Buenos Aires. Asimismo, que solicita­sen al Virrey del Perú, Abascal, asumiese el gobierno de las pro­vincias altoperuanas, protestándole acatamiento, como antes de la creación del virreinato platense.
En esos trances, la Junta Gubernativa acordó el envío de un ejército auxiliar a las provincias de Charcas o Alto Perú donde el poder hispano se hizo fuerte. Ese ejército tenía como jefe primero a Ortiz de Ocampo, después al General Antonio González Balcarce; como plenipotenciario a Juan José Castelli. En Córdoba, Balcarce hizo dar muerte al ex-virrey Liniers y a varios militares es­pañoles.

Dentro del férreo gobierno del mariscal Nieto, los criollos altoperuanos se vieron ante el dilema de Lima o Buenos Aires, deci­diéndose por la última, que representaba lo americano frente al do­minio español. Alentados por la próxima presencia del ejército au­xiliar argentino, no demoró el estallido de movimientos libertarios.


RESGUARDO REALISTA DE ORURO

Para finales del mes de julio, en la Villa de San Felipe de Aus­tria circularon alarmantes rumores en sentido de ser inminente una sublevación india con epicentro en el levantisco pueblo de Toledo.

Ciertos o no los aprestamientos indígenas, o quizás parte de una trama conspirativa antirealista, las autoridades de la Villa adop­taron recaudos defensivos, íntimamente inseguros de que el vecin­dario respondiera favorablemente.

El temor se apoderó de alguna gente que empezó a abando­nar Oruro, dejándolo en la indefensión. En vano el Cabildo trató de evitar la emigración. La pequeña guarnición local, integrada por criollos y gente del pueblo, tampoco era de confiar. Decidióse re­querir socorro militar a Cochabamba, para resguardar la Villa y las arcas reales.

El gobernador de Cochabamba, José González Prada, atento a la petición orureña, destacó en agosto un destacamento de 300 plazas a Oruro, al mando del Tcnl. Francisco del Rivero, quien te­nía como a segundos a Esteban Arze y Melchor Guzmán Guitón.

Esta guarnición devolvió la tranquilidad a Oruro, pero la cons­piración libertaria estaba en marcha, en condiciones todavía des­favorables para la causa.

Mientras tanto, el ejército porteño de Balcarce y Castelli se internaba al Alto Perú, por el Sur. El Presidente Nieto alistaba tro­pas para enfrentar a Balcarce.

A principios de septiembre, la guarnición cochabambina de Oruro al mando de Rivero, recibió la orden de destacar una com­pañía hacia Potosí para engrosar las tropas de Paula Sanz y de Nie­to. Del Rivero, Arze y Guzmán, alistados en la conspiración anti­realista, urdieron la manera de no cumplir esa orden.

La noche del 6 de septiembre, soldados de Rivero abrieron un forado en el cuartel de La Fortaleza por donde lo abandonaron to­dos, en franca deserción. Al día siguiente, el jefe informó por es­crito al Cabildo de lo sucedido con sus tropas. Sugestivamente el comandante Rivero permaneció en Oruro hasta el 11 de septiem­bre en que volvió a Cochabamba con permiso oficial. Dijo haber recibido orden en tal sentido de su superioridad de la Villa de Oropeza.

Tres días después, el propio Tcnl. Francisco del Rivero, Es­teban Arze y Melchor Guzmán, encabezaron un pronunciamiento libertario en Cochabamba, con tropas reclutadas en los valles y las que habían desertado de Oruro.  La insurrección cochabambina fue recibida con alborozo en el Cabildo de Buenos Aires.

En cuestión de días, a la triunfal revolución de Cochabamba siguió la de Santa Cruz de la Sierra. El 24 de septiembre de 1810 se depuso en Santa Cruz al gobernador Pedro Toledo.
LA REVOLUCIÓN ORUREÑA DEL 6 DE OCTUBRE

La sucesión de esos eventos, de ninguna manera indiferentes a la Villa de Oruro, inflamó los ánimos de los moradores de ardor pre-bélico. Las autoridades estaban temerosas y algunos vecinos en aprestos de algo que no demoraría en ocurrir.

José María Sánchez Chávez, decidido realista y Ministro - Con­tador de las Cajas Reales, escribió a Goyeneche, a la sazón en Cuz­co, alistando tropas, informándole de la deserción de los soldados» del Tcnl. Francisco del Rivero y posterior levantamiento del pueblo cochabambino a la cabeza del propio Del Rivero, alertándole, ade­más, de probables otros hechos en contra de la monarquía. El mili­tar realista peruano le respondió en fecha 29 de septiembre, reco­nociéndole leal vasallo y confirmándole los peligros.

Se ingresó al mes de octubre. El Presidente Vicente Nieto, instruyó a las autoridades de Oruro reclutar gente para el ejército que se alistaba en Potosí contra los patriotas, ante lo cual se preci­pitó una nueva emigración. En vano se trató de impedir el éxodo.

Se llegó a la tarde del 6 de octubre. El Cabildo estaba reuni­do. Consideraba las órdenes de Nieto. Al anochecer, de pronto, la campana grande de la Matriz tocó a rebato, en convocatoria a la población. La gente empezó a reunirse frente al Ayuntamiento. Se escuchaban gritos de "¡Viva la Patria!", en claro pronunciamiento Por la libertad, organizado por Tomás Barrón, Subdelegado de Ha­cienda y Guerra; José Mariano del Castillo, Regidor y Alcalde Ma­yor Provincial; José Antonio Ramallo, Alcalde Ordinario de primer voto.

La sesión del Cabildo fue suspendida momentáneamente, mientras se indagaba el por qué del tumulto en la plaza. El Regi­dor Del Castillo informó a los cabildantes que el pueblo se había amotinado: "Oruro pertenece al Virreinato de Buenos Aires con quien debe estar y obedecerle, rebelándose contra las disposicio­nes del Virrey Abascal, del Perú, sumiéndoles en la confusión.

La reunión fue levantada, mientras el gentío, más tumultuado, se empeñaba en la deposición de las autoridades.

La única como débil reacción provino del Ministro Contador, Sánchez Chávez.   Trató de restablecer el orden al mando de pocos guardias que le obedecían, terminando por encerrarse en el edificio de las Cajas Reales. Barrón asumió públicamente la dirección de la Revolución.  El pueblo insurreccionado era dueño de la Villa, pero no había depuesto al gobierno.

La gravedad de los sucesos indujo que esa misma noche, el Cabildo volviera a reunirse para tratar la delicada situación.  Contra todo lo esperado, los regidores se concretaron a escuchar lectura de dos oficios urgentes que el Gobernador revolucionario de Cochabamba, Francisco del Rivero, había hecho llegar precisamente para esa noche. El primero refería que el Contador Sánchez Chávez quería llevar los caudales de las Cajas Reales a La Paz y no se debía permitir.  En el segundo oficio, Rivero informaba que el Pre­sidente Nieto se negaba a reconocer el pronunciamiento libertario de Cochabamba e instaba al Cabildo de Oruro a que interviniese al respecto, en favor de Cochabamba.

Como resultado de la deliberación, se convino, al primer punto, que el Cabildo no tenía autoridad para oponerse al traslado del los dineros y valores de las Cajas Reales; al segundo, que oportunamente se daría respuesta. Concluida así la sesión del Cabildo,  no se suscribió las actas ni de la reunión de la tarde ni de esa no­che. Se dejó constancia de "Por haber acaecido en este estado la revolución de este pueblo se suspendió suscribir esta acta”.

Se amaneció al 7 de octubre. La situación continuaba sin defi­nir pero con el pueblo más rebelde. Esa noche, el Contador Sán­chez huyó de la Villa; los regidores Sorzano, Unanue y Contreras Loayza optaron también por irse, eludiendo responsabilidades.

El 8 de octubre, la Villa de Oruro no tenía completo su gobier­no, facilitando la definición del pronunciamiento. El Alcalde Ordi­nario de primer voto, José Antonio Ramallo, y el Regidor Alcalde Mayor Provincial, José Mariano del Castillo, convocaron a Cabil­do Abierto para designar a nuevos regidores. Tomás Barrón era Gobernador, de hecho.

Consecuentemente, el "Cabildo revolucionario" fue constitui­do con Ramallo, del Castillo, José Manuel Santander, Francisco Guerra, Tadeo Tovar y José Arzabe, ante la aprobación del vecin­dario. Fueron sus primeras providencias:

1.      Reconocer obediencia a la Junta Gubernativa de Buenos Aires;

2.      Reconocer y apo­yar a la revolución de Cochabamba y su gobierno (Del Rivero); 

3.      Preservar los dineros de las Cajas Reales para la causa;

4.      Organizar milicias con voluntarios.

Consolidada así la revolución orureña del 6 de octubre de 1810, decididamente libertaria, el día 22 se recibió al Gobernador de Co­chabamba, Tcnl. Francisco del Rivero, al mando de tropas entre cu­ya oficialidad superior se contaban Esteban Arze y Melchor Guzmán Guitón.

Barrón, del Castillo y Ramallo sostuvieron conversaciones con Rivero, Arze y Guzmán, sin duda, en torno al proceso insurreccional.

Los levantamientos libertarios de Cochabamba y Oruro ase­guraron el desplazamiento en el Alto Perú de las tropas del primer ejército auxiliar argentino que por la región Sur se dirigía hacia Po­tosí. Allí, Paula Sanz y Vicente Nieto concentraban tropas realistas, para restablecer el orden colonial.

PRIMERA BATALLA ENTRE PATRIOTAS Y REALISTAS

Al comenzar noviembre de 1810, la situación política en el territorio de la Audiencia de Charcas era la siguiente: las Villas de La Plata y de Potosí, más las áreas de su inmediata influencia, es­taban bajo dominio realista, subordinadas al Virreinato del Perú, concentrándose tropas en Potosí para enfrentar al ejército porte­ño de Balcarce y Castelli. Las Villas de Oruro, Cochabamba, San­ta Cruz y Tarija con gobiernos revolucionarios pro Junta Guberna­tiva de Buenos Aires. La Paz, "pacificada" por Goyeneche, con au­toridades realistas y aprestamiento de envío de tropas a Oruro pa­ra su retoma y de ahí a Cochabamba con el mismo fin.

Se hacían inminentes dos grandes batallas, cuyos resultados uniformarían eventualmente el mapa político; señalarían el co­mienzo de la guerra por la independencia.

La primera confrontación bélica se dio el 7 de noviembre, en los campos de Suipacha, entre los ejércitos de Balcarce y de Nie­to, desfavorable al segundo que sufrió aplastante derrota, obligán­dole a intentar la fuga hacia la costa chilena. Fue aprehendido en Lípez.

Esta victoria facilitó que Potosí y La Plata, el 10 y 13 de noviembre, depusieran a las autoridades reales. Balcarce y Castelli, a la cabeza de su ejército avanzaron e ingresaron triunfalmente a Potosí. Allí, a mediados de diciembre, Balcarce ordenó la ejecu­ción del Presidente Nieto, del Gobernador Intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz y del General Córdova, sin ningún mira­miento. El 27 de diciembre, Castelli y Balcarce, nada más que con pequeña escolta, fueron entusiastamente recibidos en La Plata. Se les colmó de toda clase de honores, lo menos, alcaldes de primer y segundo voto. A Castelli incluso el rectorado de la Universidad de San Francisco Javier para el ejercicio de 1811, sin llegar a ejer­citarlos, en consideración al mando militar que detentaban del ejército auxiliar destacado por la Junta Gubernativa de Buenos Aires.

AROMA: VICTORIA ALTOPERUANA DE COCHABAMBINOS Y ORUREÑOS

La segunda gran batalla fue librada el 14 de noviembre, en Aroma, entre un ejército patriota mal armado de cochabambinos y orureños contra el enviado desde La Paz al mando del coman­dante realista Piérola. Fue la primera acción de armas victoriosa de tropas rigurosamente altoperuanas.

Revolucionada la Villa de Oruro desde el 6 de octubre pasa­do, el día 22 recibió el refuerzo de tropas de Cochabamba al man­do del Tcnl. Francisco del Rivero, Esteban Arze y Melchor Guzmán Guitón, en espera de inminente reacción de los realistas de La Paz. A esas tropas se sumaron las de Oruro al mando de Tomás Barrón, totalizando 1.500 hombres, sólo que con escaso material de fuego. Los combatientes no pasaban en su mayoría de paisanos sin disci­plina militar, armados de hondas y palos.

El ejército realista al mando de Piérola formaba a 800 sol­dados.

El denuedo de la caballería cochabambina y ardor de las mon­toneras orureñas dieron cruenta cuenta de las disciplinadas tropas de Piérola, persiguiéndolas hasta la planicie de Viacha.

Esta victoria, la primera de un ejército irregular altoperuano, tuvo la consecuencia:

1.      Que La Paz volviera a pronunciarse por la libertad, el 16 de noviembre, obligando a que el comandante Juan Ramírez y los restos de las derrotadas huestes de Piérola, fueran a reunirse a las tropas de Goyeneche, tras del río Desagua­dero, 

2.      Consolidar a las provincias charquinas en su adhesión a la Junta Gubernativa de Buenos Aires,

3.      Elevar el sentimien­to patriota.

El triunfante ejército de paisanos regresó a Oruro. El día 22 de noviembre efectuose la celebración oficial. En el salón del Ca­bildo se prestó solemne juramento de obediencia a la Junta de Bue­nos Aires, tras lo cual se ofició Te Deum y misa de acción de gra­cias en la Matriz.

Después, en algo impolítico pero inevitable, las tropas ven­cedoras de Aroma, constituidas por paisanos orureños y agricul­tores cochabambinos, se desmovilizaron por su cuenta, reducién­dose a la milicia montada de Rivero.

Aroma, señaló en 1810 el momento estelar en que el Alto Perú, unido a Buenos Aires estaba por la "Patria", con el inmedia­to antecedente de Suipacha.

En La Plata, la presidencia de la Audiencia de Charcas esta­ba a cargo de Balcarce y el gobierno de la provincia de Castelli.


CASTELLI   EN   ORURO EL DESASTRE DE GUAQUI

No obstante de tal realidad en el Alto Perú, la presencia de Goyeneche en el Desaguadero con tropas más numerosas, torna­ba precaria la revolución.

Se ingresó a 1811. El Cabildo en Oruro estaba constituido por José Antonio Ramallo, como alcalde de primer voto; José Mariano del Castillo, alcalde mayor provincial y de los partidos de Paria y Ca­rangas; José de Unanue, regidor y juez de comercio; Tadeo Tovar y Francisco Guerra, regidores; José Manuel del Castillo, asesor general.
El peligro que suponía Goyeneche con sus tropas en el Desa­guadero, determinó que Balcarce y Castelli dieran fin a su gobier­no en Chuquisaca, decidiendo marchar con el ejército porteño ha­cia el Sur para enfrentar a Goyeneche, si fuera posible, ganarlo pa­ra la causa libertaria. Para entonces, la junta bonaerense nombró a Juan Martín de Pueyrredón presidente de la Audiencia de Charcas.

El ejército de Castelli-Balcarce ingresó a la Villa de Oruro en abril. Fue recibido en triunfo. Desde aquí, en virtual declaratoria de guerra, Castelli proclamó para Goyeneche: "Yo, por lo menos, no reconozco en el Virrey del Perú - a quien obedecía Goyeneche - ni en sus secuaces, representación alguna para negociar sobre la suerte de estos pueblos. Su destino no depende sino de su libre consentimiento, y por esto me veo obligado a conjurar a estas pro­vincias, para que, en uso de sus naturales derechos, expongan su voluntad y decidan libremente el partido que toman en esto, que tanto interesa a todo americano”. La manutención de las tro­pas auxiliares en Oruro, en las que se alistaron no pocos paisanos, fue cubierta con parte de los caudales reales y préstamos al Ca­bildo de criollos pudientes.

Castelli y el engrosado ejército pasaron a La Paz, desde don­de se abrieron negociaciones con Goyeneche, cuyas tropas, para entonces, se desplazaban a diferentes sitios del territorio altoperuano. Se propendía a evitar el rompimiento de hostilidades. En las tratativas, Castelli escribió al Cabildo de Lima y obtuvo que el Virrey Abascal autorizase a que el cabildo limeño se comunicara con el de Buenos Aires, requiriéndole una definición con respecto a la situación política en España, al tiempo que autorizaba a Go­yeneche la concertación de una tregua con Castelli, mientras se esperaba la respuesta de Buenos Aires, estimada en 45 días.

Mientras regía la tregua, los dos ejércitos no dejaban de per­trecharse y desplazar tropas. Castelli, confiado en la tregua, pa­reció descuidarse.

Lo efectivo es que las tropas de Goyeneche sorprendieron y derrotaron al grueso del ejército patriota de Castelli-Balcarce en Guaqui, el 20 de junio de 1811, antes de que hubiera expirado el ar­misticio. Balcarce, Castelli y Díaz Vélez se retiraron hacia Macha, con saldos de sus derrotadas tropas. En Oruro salvaron de una ten­tativa de muerte, prosiguiendo hacia Potosí.

El desastre de Guaqui cambió la realidad política en el Alto Perú. Goyeneche ocupó La Paz y después Oruro. En su avance ha­cia Cochabamba, libró victoriosamente la batalla de Sipesipe, allanándole su marcha hacia la Villa de Oropeza. Su próximo paso fue dirigirse a la retoma de Chuquisaca, obligando a que el Presidente Pueyrredón se retirase a Potosí, ya acosada por las tropas de Go­yeneche.

Lo que quedaba del primer ejército auxiliar argentino, siem­pre en retirada hacia el Sur, en Potosí se entregó a tropelías. Puey­rredón ordenó sacar los caudales de la Casa de Moneda, ante la resistencia del pueblo potosino. Se llevaron lo que pudieron, rum­bo a su país de origen.

Goyeneche, criollo nacido en Arequipa, era dueño precaria­mente del Alto Perú. Al finalizar el año, Francisco del Rivero y otros patriotas se insurreccionaron nuevamente en Cochabamba. Triunfantes, decidieron marchar hacia Oruro para la retoma, enton­ces bajo el gobierno realista del Cnl. Indalecio González de Socasa.

El control de la Villa de Oruro era vital para realistas y patrio­tas, dada su estratégica ubicación geográfica. Quien lo dominare se aseguraba el tránsito de tropas hacia el Norte (La Paz), al Este (Cochabamba) y el Sur (Potosí-Chuquisaca).

El ya legendario Tcnl. Francisco del Rivero, destacó para la retoma de Oruro a una considerable fuerza de caballería e infante­ría al mando de Esteban Arze. El general Socasa ocupaba La For­taleza o cuartel de la Villa al mando de 400 milites.
El 16 de noviembre, Arze ya en Paria, envió a dos emisarios a Oruro, el comandante José Antonio Albán y el presbítero castren­se Carlos Muriel con la misión de intimar a Socasa la rendición, la entrega de la plaza, bajo la amenaza de que si no lo hacía, avanza­ría con su ejército de tres mil cochabambinos y "no quedaría un hombre con vida'X48). La amenaza fue recibida por toda la pobla­ción que se aprestó a la defensa. Albán fue ahorcado y Muriel pues­to en prisión. Ante la tardanza, Arze y sus tropas se pusieron en camino. Al aproximarse a la región Norte de Oruro, Arze y sus milicianos escucharon toque inusitado de campanas, como signo de que la población estaba en armas y que por el Sur llegaban refuer­zos realistas, optando por el repliegue sin cumplir su temida con­minatoria. Fue la primera vez que la guerra llegaba a Oruro del brazo armado irónicamente de patriotas. Arze con su retirada evi­tó la efusión de sangre fraterna de cochabambinos y orureños que habían probado su valor en Aroma, frente a enemigo común.


GOYENECHE HACIA COCHABAMBA

Del Rivero, Arze, Antezana y otros patriotas decidieron hacer­se fuertes en Cochabamba. Goyeneche no podía permitir ese fren­te en su retaguardia ni los revolucionarios su avance.

Para mayo de 1812 se produjeron levantamientos indios en La Paz. En Tucumán se organizaba un segundo ejército auxiliar pa­ra retomar el control del Alto Perú, esta vez al mando de Manuel Belgrano.

El jefe realista decidió retomar Cochabamba y escarmentar a su levantisca población. Avanzado mayo, al marchar Goyeneche desde Chuquisaca hacia Cochabamba, los patriotas le dieron bata­lla en las alturas de Pocona, siendo derrotados. Libre el camino, recibió a dos emisarios de Cochabamba, asegurándole la rendición de la ciudad a cambio de perdón para los insurrectos, a lo que accedió.

Goyeneche y sus tropas, ya en las proximidades de la colina de San Sebastián, el 27 de mayo, fueron recibidos con disparos. En la colina se habían apostado mujeres y niños, decididos a lo peor. Los combatientes varones habían sido derrotados en Pocona. El jefe peruano, irritado por la resistencia en San Sebastián, desple­gó tropas por varios puntos para ocupar Cochabamba, con órdenes de saqueo. Ingresó a una ciudad desierta. Impuso cruelmente su autoridad. Mandó ejecutar a los rebeldes que no habían podido es­capar.

Restablecido el orden colonial en Cochabamba, Goyeneche, dejando una guarnición, regresó a La Plata donde se le tributó ser­viles homenajes. Después pasó a Potosí, su cuartel general, desde donde tomó providencias con relación al ejército de Belgrano que todavía estaba en el Norte argentino.


ESPAÑA: MONARQUÍA CONSTITUCIONAL    

En la distante España, todavía en guerra con Francia, duran­te el mes de marzo se habían reunido en Cádiz las Cortes españo­las (parlamento), las que votaron una Constitución liberal. La so­beranía residía en la nación. Se reconocía a Fernando Vil como so­berano legítimo de España y las posesiones de América, pero con autoridad limitada para cuando reasumiese el trono, dentro de una monarquía constitucional y no absolutista de derecho divino. Aten­tas a lo que ocurría en América, se proclamó la igualdad de dere­chos para los españoles de la península y de ultramar, los criollos.

Noticia de tal suceso llegó a las colonias con la demora acos­tumbrada por razones de distancia y tecnología de navegación. En el Alto Perú dentro de frágil dominio político que dio tiempo a dig­na celebración, particularmente en la sede de la Audiencia de Charcas.

REVESES REALISTAS EN ARGENTINA;
RENUNCIA DE GOYENECHE EN ORURO

Goyeneche, atento al peligro que entrañaba el ejército de Bel­grano, todavía en Salta, decidió impedir su internación en el Alto Perú. Destacó desde Potosí a su encuentro, a ejército de 3.500 pla­zas al mando del general Pío Tristán.

El formidable ejército de Tristán, precedido de una vanguar­dia, ya en jurisdicción argentina, enfrentó esporádicamente el aco­so de guerrilleros gauchos comandados por Martín Güemes hasta llegar cerca a Tucumán. Libró allí una desastroza batalla frente a parte de las tropas de Belgrano. Perdió más de mil combatientes y abundantes pertrechos. Retiróse hacia Salta, sosteniendo allí peor confrontación bélica con tropas frescas del afortunado Belgrano, el 20 de febrero de 1813. Al día siguiente no tuvo más recurso que firmar una humillante capitulación por la que se comprometía a él, sus oficiales y tropas no volver a empuñar armas contra los ejérci­tos de la Junta Gubernativa de Buenos Aires.

Goyeneche, en su cuartel general de Potosí, recibió ocho días después noticia de Tristán sobre el desastre de Salta, sugiriéndole que de inmediato evacuase Potosí si quería evitar una sorpresa de las tropas insurrectas. Ordenó al general Ramírez que se reti­rase de La Plata y él con su desmoralizado ejército se replegó ha­cia Oruro, que volvía a ser realista, si bien Potosí y Chuquisaca quedaban a merced de los patriotas, esperando el arribo de las tro­pas de Belgrano.

En Oruro, dentro de general desconcierto de jefes, oficiales y tropas, unas cinco mil plazas con material bélico pesado, Goye­neche convocó a una junta de guerra. El era inclinado a un acuer­do con el enemigo, quizás una honrosa capitulación. La falta de competencia ante cuestión tan delicada indujo a consultar al Vi­rrey Abascal. Mientras se esperaba la respuesta, llegaron las de-frotadas compañías de Salta y las tropas evacuadas de Chuquisa­ca. El comandante en jefe ordenó el traslado de la artillería y sus pertrechos hacia el Desaguadero, jurisdicción peruana.

Abascal hizo saber su rechazo a la transacción propuesta con el enemigo, ante lo que Goyeneche, el 13 de marzo, renunció al man­do de las desmoralizadas tropas. El Virrey aceptó y nombró interi­namente en el comando a Juan Ramírez. Goyeneche, a poco salió discretamente de Oruro. Posteriormente el Virrey designó para el mando de esas tropas al general Joaquín de la Pezuela.

A Oruro se le exigió lo que pudo para sostener a ejercito tan numeroso, como antes para las tropas patriotas, empobreciéndolo. Se requiso de los campos.